En la mayoría de las críticas y los análisis de Eyes Wide Shut, la última película dirigida por Stanley Kubrick antes de su muerte, se repiten los mismos conceptos: Sigmund Freud y el psicoanálisis, la tortura de los celos, la infidelidad, la seguridad del matrimonio frente a los peligros del sexo furtivo, lo onírico y lo real, el drama psicosexual… También el filósofo Eugenio Trías cayó en los tópicos habituales en esta conferencia.
Todos esos elementos están en Eyes Wide Shut. Pero son solo algunas de las piezas del puzle. Precisamente las piezas que heredó Kubrick de Relato soñado (1925), la novela corta del escritor austríaco Arthur Schnitzler en la que se basa la película.
Pero hay más piezas: las que añadió Kubrick al relato original. Eyes Wide Shut no es (solo) una película psicológica: es también una película política. Habla de fantasías sexuales pero también del poder. Habla de infidelidades pero también de un asesinato. Habla de la corrosión que provocan los celos pero también del dinero. Añadan a la aleación una hebra de esoterismo y ya tienen ustedes una de las películas más complejas y ricas en interpretaciones jamás rodadas. En mi opinión, la obra cumbre de la filmografía de Kubrick y una de las tres mejores de la historia del cine.
"Fascinante, misteriosa, dura, agresiva, perturbadora, memorable. Cine insólito, magnificamente escrito, desasosegante, sensual, audaz, más que bueno"
Carlos Boyero.