A veces,cuando la noche me aprisiona suelo sentarme frente a una cabina telefónica y contemplo las bocas que hablan para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad me ha desvenado,los barrenderos moros canturrean tristemente y las estrellas ocupan su lugar,yo acaricio el teléfono y le susurro sin usar monedas.
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