En la película Van Sant refleja varias de las constantes que han marcado su cine. Quizás la más visible, e inmediata para el espectador, son los personajes marginales y desraizados en su etapa adolescente que pueblan sus fotogramas. De hecho la película empieza con Mike Waters (el personaje de River Phoenix), un narcoléptico chapero que siempre que el sueño lo abate le aparecen imágenes melancólicas de él de pequeño con su madre, en una extensa carretera, y termina en otra carretera similar de Idaho. Ambas sirven para señalar ese camino que rastrea el personaje durante el filme para pasar de la adolescencia a la edad adulta, en el camino conoce a Scott Favor (Keanu Reeves), el joven hijo del alcalde de Portland, que transita por la marginalidad con argumentos contrapuestos a los de Mike: no por ello, Mike se siente atraído por él. A partir de ahí, ambos emprenden un viaje de búsqueda por los hipnóticos y fascinantes paisajes y carreteras del pacífico norteamericano, y en el camino se ven rodeados por ionquis, ladrones, vagabundos y toda clase de maleantes.
Con Mi Idaho privado, su director volvía a hacer una demostración de estilo en una cinta que mezcla sin pudor formatos, estilos, ritmos, e incluso géneros (desde el estilo realista documental al atisbo de musical incluido).En ese disperso, pero a la vez compacto, y coherente collage, Van Sant hipnotiza al espectador con esos bellos fragmentos de nostalgia de Mike Waters cuando piensa en el hogar y su madre, grabados con ese tono evocador y soñador que empapa el Super 8 mm. Aquí su distinguible y posmoderno estilo recoge grandes frutos, como en el instante en que las portadas de las revistas gay cobran vida, o la manera en que filma las escenas de sexo, con esos planos que parecen piezas de frames congelados, pero que en realidad son expresiones del acto sexual sin movimiento. Detalles que ponen en evidencia la irrefutable capacidad creativa de Van Sant para lograr imponer un estilo visual propio.
También resulta admirable como el director de Elephant logra encajar esa historia, que bebe directamente de la mano del Shakespeare de Herny IV (la subtrama del Príncipe Hal), con el realismo sucio y desgarrador que imprime con su estilo visual para describir los ambientes lúgubres por el que transitan la pareja de prostitutos callejeros de la película. Pero también hay fragmentos de luz cuando la pareja escapa a la carretera, y paisajes etéreos que recuerdan a los sueños de Waters recordando su hogar. En esa búsqueda del hogar, de la verdad, se esconde en realidad una búsqueda interna. La carretera y sus destinos, son la forma para forjar su identidad, en el caso de Waters, devastada por todas las circunstancias que lo han rodeado, pero pese a ello, él sigue andando por la carretera hacía alguna dirección incierta.
Mi Idaho privado es un bello y poético filme, con parajes ensoñadores y anestésicos, pero también muestra el reverso amargo de la vida de sus protagonistas, en especial la de Waters.
Con Mi Idaho privado, su director volvía a hacer una demostración de estilo en una cinta que mezcla sin pudor formatos, estilos, ritmos, e incluso géneros (desde el estilo realista documental al atisbo de musical incluido).En ese disperso, pero a la vez compacto, y coherente collage, Van Sant hipnotiza al espectador con esos bellos fragmentos de nostalgia de Mike Waters cuando piensa en el hogar y su madre, grabados con ese tono evocador y soñador que empapa el Super 8 mm. Aquí su distinguible y posmoderno estilo recoge grandes frutos, como en el instante en que las portadas de las revistas gay cobran vida, o la manera en que filma las escenas de sexo, con esos planos que parecen piezas de frames congelados, pero que en realidad son expresiones del acto sexual sin movimiento. Detalles que ponen en evidencia la irrefutable capacidad creativa de Van Sant para lograr imponer un estilo visual propio.
También resulta admirable como el director de Elephant logra encajar esa historia, que bebe directamente de la mano del Shakespeare de Herny IV (la subtrama del Príncipe Hal), con el realismo sucio y desgarrador que imprime con su estilo visual para describir los ambientes lúgubres por el que transitan la pareja de prostitutos callejeros de la película. Pero también hay fragmentos de luz cuando la pareja escapa a la carretera, y paisajes etéreos que recuerdan a los sueños de Waters recordando su hogar. En esa búsqueda del hogar, de la verdad, se esconde en realidad una búsqueda interna. La carretera y sus destinos, son la forma para forjar su identidad, en el caso de Waters, devastada por todas las circunstancias que lo han rodeado, pero pese a ello, él sigue andando por la carretera hacía alguna dirección incierta.
Mi Idaho privado es un bello y poético filme, con parajes ensoñadores y anestésicos, pero también muestra el reverso amargo de la vida de sus protagonistas, en especial la de Waters.