Pocas veces he sentido como en esta película la complejidad de un rodaje.
Y es que la filmación de esta gran narración de aventuras es una película dentro de la película, de forma similar a lo que vivió Coppola en jungla filipina, y es desde la casa de Coppola donde empieza precisamente el recuerdo de Herzog. Filmada en localizaciones de Iquitos, Perú, esta película está inspirada en la personalidad de Carlos Fitzcarrald, comerciante de caucho y eventual explorador, cuya documentada brutalidad con los indígenas iba pareja con su egolatría y su desmesura: capaz de remontar un enorme barco de vapor por una cresta de quinientos metros de altitud. Pero la locura de Herzog no fue menor: repetir exactamente la misma hazaña, elevando con poleas el casco del barco, sin recurrir jamás a maquetas ni efectos de ninguna clase, hiriendo a varios actores, cruzando el umbral de lo humano e instalándose en el de animal sin raciocinio. Se trata del hipnótico relato de un soñador, amante de la ópera y de la voz de Enrico Caruso, que pretende extender su fascinación por este arte tan refinado y civilizado allá donde todavía prevalecen los mitos y la exuberancia natural.
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