Gracias al esmerado tratamiento de la psiquis de los tres protagonistas, alejándolos de los clichés y tornándolos tan caóticos como imprevisibles, las respectivas actuaciones sobresalen aún más por su espontaneidad. Y, como si fuera poco, en Cul-de-sac brotan esas dosis de humor entre negro y absurdo (especialmente cuando hacen su arribo al castillo cincos visitantes inesperados, entre ellos un niño insufrible y una jovencísima Jacqueline Bisset enfundada en antejos negros) que Polanski incorporaría con mayor despliegue en cintas posteriores.
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