Edmond lo tenía todo, un trabajo, una mujer y una soledad palpable que no surtía efecto alguno en su sonrisa desaparecida. Pero siempre hay un gran día. El día en que la burlas llegan demasiado lejos y en vez de conseguir que la vergüenza apresure sus pasos, descubre lo confortable que es tener lo que nadie más tiene: la seguridad de ser alguien al fin, con esas orejas de asno. Unos informes arrugados que descubrieron que al otro lado del espejo había algo más que la sombra borrosa de un marginado que no sabe proyectar sus emociones.