Algo que me fascinó
genuinamente de la narración de Lemebel en Tengo Miedo Torero fue la capacidad
que tenía de fusionar un lenguaje especialmente elegante, especialmente
adornado, especialmente “académico” (un orgullo para la Real Academia Española)
con un vocabulario esencialmente chileno.
Algunos podrían decir que Lemebel domina el arte de fusionar palabras correctas
con incorrectas, pero mi opinión es que Lemebel alcanza la máxima elegancia del
lenguaje chileno y realista.
¿Es acaso “poto” menos correcto que decir “trasero”? ¿es acaso “chucha”
menos correcto que decir “caramba, recorcholis”? ¿es acaso “caca” menos
correcto que decir “deshecho, excremento”? A mi parecer, no. Y por lo mismo,
merecen ser utilizadas con mayor frecuencia en textos literarios, especialmente
si pueden llegar a ser parte de obras lingüísticamente ricas, hermosas y
honestas con su contexto.
Otro punto que me pareció fascinante y entretenido fue la
forma de plasmar los diálogos. La voz que Lemebel le daba a sus personajes era tan
característica, tan precisa, y a la vez tan familiar (porque las personas
normales chilenas efectivamente hablan como hablan los personajes del libro) que
no hacía falta separar los diálogos con ningún guión, ningunas comillas, ni ninguna señalización.
Lemebel los escribió de corrido, uno junto a otro, y les proporcionó todavía
más continuidad y naturalidad.
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