‘Y así iba pasando la vida. No enteramente a la deriva. Pero tampoco enteramente con un rumbo fijo. Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que sólo está aquí.
Algo, cierta esencia de la vida, no se está vislumbrando a través de estas palabras. No hay palabras suficientes. No hay acontecimientos suficientes. No hay memoria suficiente para recuperar el pasado y hacer que sea preciso, exacto (…)
Mi madre y yo nos parecemos. Frente prominente y ancha. El mismo mentón, la misma nariz. Hay
fotografías que lo demuestran. me veo a mí mismo en ella, incluso la oigo reír. En su vida no hubo especial brillantez, ni celebridades. Ni hubo hechos heroicos. Ni un éxito resonante capaz de henchir su corazón que coronase su vida.
Hubo desgracias suficientes. Una infancia que era mejor no recordar, un marido al que amó siempre y a partir de ese amor una vida que suscita comentarios. Pero de alguna forma ella me hizo posible expresar mis afectos más auténticos, como lo haría un pasaje de gran altura literaria con un lector devoto, y conocí a su lado ese tipo de momento que todos quisiéramos conocer, el momento de decir: ‘Sí, esto es lo que es’. Un acto de conocimiento que certifica la existencia del amor. Yo lo he conocido. He conocido. He conocido a su lado muchos momentos así, e incluso los he reconocido en el instante en que sucedieron, y ahora, y supongo que los reconoceré siempre.
FOTO HOLGER DROSTER |
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