Refiriéndose
a esos tiempos, Erdosain me decía: “Yo creía que el alma me había
sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna
sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando
encima de una rosa. Mas, cuando fui pequeño creí siempre que la
vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a
medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que
vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso,
donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas
tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y
comprendí que las almas se movían en la tierra como los peces
prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de
vidrios estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería
distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una
creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en
una
atmósfera elástica”.
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