Estoy entrando disimuladamente en contacto con una realidad nueva
para mí y que todavía no tiene pensamientos correspondientes, y mucho
menos aún una palabra que la signifique. Es sobre todo una sensación más
allá del pensamiento.
¿Cómo explicarte? Lo intentaré. Es que
estoy percibiendo una realidad sesgada. Vista a través de un corte
oblicuo. Sólo ahora he intuido lo oblicuo de la vida. Antes solo veía a
través de cortes rectos y paralelos. No percibía el insípido trazo
sesgado. Ahora adivino que la vida es otra. Que vivir no es sólo
desarrollar sentimientos densos; es un sortilegio mayor y más grácil,
sin que por ello pierda su sutil vigor animal. Sobre esta vida
insólitamente sesgada he puesto mi pata que pesa, haciendo así que la
existencia fenezca en lo que tiene de oblicuo y fortuito y sin embargo
al mismo tiempo sutilmente fatal. He comprendido la fatalidad del azar y
no existe en eso contradicción.
La vida oblicua es muy íntima. No digo
más sobre esa intimidad para no herir el pensar-sentir con palabras
secas. Para dejar esa oblicuidad en su independencia desenvuelta. […]
¿La vida oblicua? Sé bien que hay un
desencuentro leve entre las cosas, casi chocan, hay un desencuentro
entre los seres que se pierden unos a otros entre palabras que ya casi
no dicen nada. Pero casi nos entendemos en ese leve desencuentro, en ese
casi que es la única forma de soportar la vida plena, porque un
encuentro brusco cara a cara con ella nos asustaría, ahuyentaría sus
delicados hilos de tela de araña. Nosotros somos de soslayo para no
comprometer lo que presentimos de infinitamente otro en esa vida de la
que te hablo.