Hablamos de una infidelidad que deriva en chantaje, de un crimen que se convierte en espectáculo judicial y de una negrísima posguerra cargada de desengaños e ilusiones. Giros en el guión que parecen calibradas piruetas de baile, por lo inesperadas pero también por lo naturales. Temores que se diluyen en incompetencias y tranquilidad perturbada por equivalentes ineptitudes. Un regalo a la intriga sin estridencias, al suspense sin sobresaltos.
Esta barbaridad a medio camino entre el homenaje al mejor cine de los cuarenta y el renacimiento del nuevo cine negro ha sido obra de los Coen, y ya está siendo señalada como su mejor obra, lo cual es encumbrarla en lo más alto del panorama actual. El nicótico rasurador en cuestión se encuentra a cargo del brillante Billy Bob Thornton, en una extraña paradoja de permanente ausencia y absoluto acaparamiento de todo el metraje. Su mujer es la imprescindible Frances McDormand, ajustadísima en su papel, para sorpresa de quienes no la conocieran. El resto del reparto incluye nombres como James Gandolfini, no demasiado aprovechado y conocido para el gran público por su papel de matón en la olvidable (pido disculpas a los fans de la Roberts o del Pitt) “The mexican” o a la joven Scarlet Johansson, que ya vimos en la maravillosa “Ghost World” y a quien habrá que seguir de cerca.
Pero
¡ojo!, es en blanco y negro. No hay fuegos artificiales, ni tiros, ni
sonrosaditas escenas de pasión. Pero ya sabéis: desconfiad del silencioso,
desconfiad del discreto... quizás sepa más que aquél que tanto tiempo pierde en
llamar la atención