Pharaon es una persona buena. Está sólo, y a su alrededor no hay felicidad, pero él sonríe mirando al mar. Su sonrisa es pequeña, no enseña ni un diente, pero sonríe desde dentro. Observa sin pestañear, toca, huele y ama a las personas aunque sean malas, o no se hayan comportado correctamente. Camina despacio y encorvado. De mayor le dolerá la espalda pero seguro que no se queja. Es distante, tímido más bien. Por eso son tan fuertes sus gestos de afecto.
Pharaon es bondad, y mientras otros mean las aceras él riega su huerto. Y acaricia la tierra. Cuando eructa pide perdón, cuando alguien peca él besa.
Las similitudes entre el personaje y la figura de Jesucristo son muchas, en un principio, las connotaciones religiosas son más bien subliminales, más tarde, nos muestra que Pharaon es el biznieto de un famoso pintor de imágenes religiosas, y finalmente una levitación de este sobre su huerto no deja duda de que Dumont continúa con su línea de “la vida de Jesús”. El primer retrato de su bisabuelo, representa una niña en un jardín, y la trama del filme es la investigación de una violación a una niña, y cómo esto afecta a Pharaon. Ha planteado muy bien las conexiones, y los detalles que refuerzan la base del argumento. La elección de los actores es acertadísima, y tanto Domino, como Joseph, como Pharaon, no serían lo mismo sin Séverine Caneele, Philippe Tullier y, Emmanuelle Schotté y sus intensos ojos miel.
El papel pintado de las paredes de la casa de la madre de Pharaon, La calle donde viven, su acera y esos estrechos escalones que dan acceso a las viviendas. El color rojo del rostro del jefe de Joseph y el sudor de su cuello. La fábrica de Domino, esos cubos beige y ese líquido asqueroso que cae dentro de ellos.
Está deprimido, pero vivo, y como le dijo su jefe… en qué mundo crees que vives? Parece ya saberlo, parece que él ha aceptado a la humanidad. Le ha perdonado sus pecados y tal vez por eso termine la película regalándonos otra de sus pequeñas sonrisas.