América, con su inmensidad geográfica y la diversidad de sus habitantes, vislumbraba una promesa de libertad para este joven judío. En Nueva York compartió cuarto oscuro con Louis Faurer, colaborando con las principales revistas del momento, como Life, donde sus arriesgadas imágenes eran frecuentemente rechazadas por los directores de arte y editores. Viajó por Europa; París, Valencia, Londres. Mostró sin remilgos la crudeza de la vida de los mineros galeses. Más tarde fue a Perú. En 1955 obtuvo la beca Guggenheim; durante nueve meses iba a deambular por las carreteras y las aceras de Estados Unidos en un periplo que terminaría dando a conocer América a los americanos.
Frank había captado el ritmo emocional de la América de la posguerra, mostrando aquello que se escondía detrás del sueño americano; un pueblo dividido, la realidad de los más desfavorecidos, de los negros, de los olvidados, o marginados, quedaba al descubierto tras sus furtivas y melancólicas miradas. Su provocadora obra desafiaba a la tradición documental de la fotografía a través de una mirada muy personal, donde lo metafórico se mezclaba con lo real. Además, conllevaba una nueva estética, técnicamente inaceptable. La revista Practical Photography la descalificaba por su “emborronamiento sin sentido, su grano, sus exposiciones enfangadas, sus horizontes ebrios y su desaliño en general”. A Frank no solo se le calificaba de antiamericano, sino también de antifotógrafo.
Robert Frank y su mujer la pintora June Leaf |
No hay comentarios:
Publicar un comentario