Sin embargo, a fin de cuentas,lo que predomina es lo espeluznante.Hay una semsación espeluznante de silencio en el puerto que nada tiene que ver con los niveles de ruido reales.El puerto está lleno de ruidos metálicos inorgánicos que salen de los barcos a medida que los cargamentos descargan;lo que falta,al menos para el espectador que observa el puerto desde fuera,desde un punto elevado,son las huellas del lenguaje y sociabilidad.
Al observar los camiones que cargan contenedores y a los barcos hacer su trabajo,o al contemplar los propios contenedores,las cajas metálicas colocadas como una versión materializada de los gráficos de barras en el ciberespacio de Gibson,con sus nombres que suenan a cierta poesía internacional,vacía, ballardiana,rara vez percibe uno la presencia humana.Los humanos están fuera del alcance de nuestra vista,en cabinas,grúas y oficinas.Así me viene a la mente la silenciosa eficiencia alienígena del puesto de distribución de contenedores de la versión de 1978 de La invasión de los ladrones de cuerpos de Philip Kaufman.El contraste entre el puerto carguero,en el que los humanos son conectores invisibles entre sistemas automatizados,y el clamor de los viejos muelles de Londres,reemplazados por el puerto de Felixstowe,nos dice muchas cosas sobre los movimientos del capital y el trabajo en los últimos cuarenta años.El puerto es un signo del triunfo del capital financiero;es parte de la infraestructura pesada que facilita la ilusión de un capitalismo "desmaterializado".Es lo espeluznante que se esconde bajo el relumbre mundano del capital contemporáneo.
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