Let's get lost nació de la fascinación de Weber por
Chet Baker. El fotógrafo no sabía si quería hacer una película sobre el
trompetista, pero sí sabía que quería estar cerca de aquel hombre y de su
música. "Siempre me ha gustado la gente complicada y él lo era, y mucho.
Todo el mundo tenía su historia sobre Chet y yo quería vivir la mía. Así que un
grupo de jóvenes nos pegamos a él y le seguimos por el mundo. Era en sus horas
bajas, su peor momento, y de alguna manera creo que le ayudamos. Para nosotros
fue una experiencia vital". Weber pasó de la idea de unas fotografías
sobre el músico a la de un cortometraje de apenas tres minutos, y de ahí a la
película de más de dos horas que finalmente se estrenó y que en 1989, poco después
de que Baker se arrojara por la ventana de un hotel en Amsterdam, lograba el
Premio de la Crítica en el Festival de Venecia.
Una joya en blanco y negro en la que Baker habla, miente,
bebe, besa, canta, explica cómo le rompieron los dientes o por qué de todas las
drogas la que más le gusta es el speedball. Baker se enfada cuando le
han fastidiado el subidón en una toma y canta como los ángeles en una
fiesta en la que él piensa que nadie quiere escucharle. Entona "Almost
me / almost you / almost blue", y es imposible no temblar. Habla él,
hablan sus mujeres y hablan sus hijos. Una película con un extraño ritmo
sexual, contagiada de la elegancia del hombre al que filmaban. "Es lo que
ocurre cuando uno empieza con un documental sobre un personaje real; es
imposible calcular la dimensión que puede tener el largometraje, no hay guión,
no hay nada, sólo un personaje dispuesto a dejarse ver o no. A Chet le gustaba
la cámara porque para él era como cantar, siempre seduciendo, y por eso la
película creció casi sin proponérnoslo".
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