Historias de personas que fingen ser otras, de personas que se sienten impulsadas a inventarse, a imitarse o interpretarse a sí mismas, describen un cambio no solo en la base tecnológica de nuestra vida, sino en las estrategias narrativas actualmente a nuestro alcance.Podría decirse que toda persona ambiciosa necesita una leyenda para hacer más intensa su existencia. En 2013 Manti Te`o, un excepcional defensa hawaiano, un mormón que jugeba en el Notre Dame, encontró la suya cuando contó la triste historia de tener que dar la victoria a su equipo poco después de que su novia, Lennay Kekua, una chica de ventidós años hubiera muerto de leucemia. A pesar de su dolor, el futbolista arrasó en el campo, haciendo doce placajes en un partido, antes de aparecer en noticiarios para hablar de su sufrimiento y para citar pasajes de las cartas que Lennay le había escrito durante su terrible enfermedad. El problema era que aquella novia suya no había existido. Era un invento total, las fotos que aparecían en páginas de las redes sociales eran de una chica a la que no había visto en su vida. No había asistido al entierro de Lennay, dijo Te`o, porque ella misma había insistido en que no faltara al partido. Hay centenares de historias como esta, historias de cuentas títere que se abren en Facebook y otros lugares en nombre de una persona - a veces de toda una familia- y en las que se construyen vidas que desbordan la realidad. La familia Dirr de Ohio estuvo pidiendo solidaridad y dólares durante años cuando algunos de sus miembros murieron de cáncer:la mentira estaba reforzada por una población de más de setenta perfiles inventados. Todo era obra de Emily Dirr, una estudiante de medicina de ventidós años que se había inventado aquel pequeño universo cuando tenía once.
Su vida era un reality show escrito, producido protagonizado y dirigido por ella y transmitido al resto del mundo por mediación de una larga serie de entidades falsas que parecían muy reales y reunieron a un amplio grupo de fans incondicionales.
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