Me escribe un lector:
"Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vivir para
ser feliz".
Estimado señor: Si yo
pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para
ser feliz, en vez de estar pergueñando notas, sería, quizá, el hombre más
rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para
vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta.
Creo que hay una forma de
vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la
felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder
mágico: es la sinceridad.
Ser sincero con todos , y
más todavía consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma
contra el obstáculo. Aunque se quede sólo, aislado y sangrando. Esta no es
una fórmula para vivir feliz; creo que no pero sí lo es para tener fuerzas y
examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de
continuo.
No mire lo que hacen los
demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted,
usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y
sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será
fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No
importe que la pena lo haga dar de cabeza contra la pared. Interróguese
siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente:
-¿Soy sincero conmigo mismo?
Me dirá usted: "¿Y si
los otros no comprenden que soy sincero?" ¡Qué se le importa a usted de
los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas,
que nadie puede ver a más distancia de la que dan sus ojos. Aunque se suba a
una montaña, no verá un centímetro más lejos de lo que le permita su vista.
Pero, escúcheme bien: el día que los que lo rodean se den cuenta de que usted
va por un camino no trillado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese
día lo mirarán con asombro.
Me dirá usted: "¿Y si
me equivoco?". No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que
equivocarse. Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Por qué? Porque así lo
ha dispuesta la vida, que es esa fuerza misteriosa. Si usted se ha equivocado
sinceramente, lo perdonarán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue
su camino. Contra viento y marea. Contra todos, si es necesario ir contra
todos. Y créame llegará un momento en que usted se sentirá más fuerte, que la
vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos. Así, como
suena. Vida. Muerte. Usted va a mirar esa taba que tiene tal reverso, y de
una patada la va a tirar lejos de usted. ¿Qué se le importan los nombres, si
usted, con su fuerza, está más allá de los nombres?
La sinceridad tiene un doble
fondo curioso. No modifica la naturaleza intrínseca del que la practica, y sí
le concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite
percibir la mentira, y no sólo la mentira, sino los sentimientos del que está
a su lado.
¿Que
se quedará sangrando? ¡Y es claro !
Todo
cuesta en esta tierra. La vida no regala nada,
absolutamente. Todo hay que comprarlo con libras de carne y sangre.
Y de pronto, descubrirá algo
que no es la felicidad, sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible
emoción de jugarse la piel y la felicidad. No en el naipe, sino
convirtiéndose usted en una especie de emoción de
naipe humano que busca la
felicidad, desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias,
más inesperadas.
Vea amigo: hágase una base
de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida,
con su verdad en la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie,
que pueda hacerlo caer. Créalo, amigo: un hombre sincero es tan fuerte que
sólo él puede reírse y apiadarse de todo.
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